Nuestro presidente de Gobierno acuñó, en una reciente entrevista, una de esas frases deliciosas que nos hacen reflexionar. Rajoy acusaba a la pérfida realidad de la imposibilidad de desarrollar sus promesas electorales.
Mariano Rajoy afronta unos meses muy complicados como Presidente del Gobierno
Llegó, en teoría, al poder con unas ideas que fueron pronto barridas por el vendaval siempre frío y poderoso de la contundencia de lo real. ¿No había tenido en cuenta esa realidad a la hora de hacer el programa electoral, o es que la realidad española ha cambiado substancialmente de unos meses a esta parte hasta dejarla irreconocible? La verdad es mucho más simple y ya la postuló el bueno de Tierno Galván hace muchos años: los programas electorales se hacen para no cumplirse. Esa máxima es aplicada a rajatabla por todos y cada uno de los partidos políticos hasta convertirse en un arcano: un programa no es un conjunto de medidas para transformar una sociedad, sino que es una simple palanca para ganar las elecciones y alcanzar el poder. Lo saben los políticos y lo acepta la sociedad y así nos va.
Por tanto, la realidad se encargó de triturar los sueños adanistas y bienintencionados de Zapatero y la realidad barrió las esperanzas del cómodo reformismo de Rajoy. Dicen los sabios que la ciencia es súbdita de lo probable y la política de lo posible. Por tanto, los gestores, tanto públicos como privados, saben bien que deben moverse en las arenas movedizas de una realidad caprichosa y mudable, que no está dispuesta jamás a dejarse domesticar, ni mucho menos, a regirse por las humanas previsiones.
Así, que, más allá de disquisiciones filosóficas o metafísicas, la realidad manda, y nos tocará navegar en su mar revuelto. Tras la visita de Merkel y el oráculo del BCE – comprará de forma ilimitada deuda española a cambio de una estricta condicionalidad – ya conocemos al menos su perfil. Tendremos que solicitar el rescate, más pronto que tarde, y para recibir el dinero nos someterán a duras condiciones que tocarán desempleo, administración pública, pensiones y alguna que otra reforma. Y, sobre todo, un riguroso cumplimiento de un déficit público desbocado que amenaza con mandar todo al traste si no es embridado de alguna manera. Pero un rescate no significa panacea alguna. Las políticas de recortes acentuarán aún más la recesión y el desempleo. El gobierno debe activar otras líneas de actuación y reformas productivas, como podría ser un plan serio de internacionalización y competitividad en la sociedad del conocimiento entre otras muchas posibilidades. No se trata tan sólo de recortar, sino, sobre todo, de crear.
Rajoy deshoja inútilmente la margarita del rescate porque sabe que la simple solicitud será la constatación de un fracaso. Su acción de gobierno no fue capaz de generar la suficiente confianza ni enmendar la diabólica herencia que recibió de Zapatero. Tras el rescate, Rajoy deberá provocar su primera crisis de gobierno, para dar salida a los ministros más quemados y para poner orden en el área económica, descoordinada por la falta de un vicepresidente económico de peso. Sólo así hará más creíble su propósito de enmienda, toda vez que la oposición de la calle y la de sus propias filas irá en aumento a medida que se pongan en marcha los nuevos y duros recortes. Si el PP perdiera su mayoría absoluta en Galicia, su crisis de liderazgo se acentuaría y muchos de los lobos peperos ya afilan sus garras para arrojarse sobre él. La realidad, pérfida y azarosa, no se lo pondrá fácil. Y, por si fuera poco, se nos abrirá el frente nacionalista, con unos partidos catalanes echados al monte reclamando pactos fiscales e independencia, y un posible triunfo de BILDU en las elecciones vascas. ¿Hay quién dé más?
Pero Rajoy también tiene cartas que jugar. Con acciones contundentes e inteligentes podría recuperar algo de la confianza que perdió y poder liderar así a una sociedad española que reclama cambios profundos en la manera de hacer y entender la política, las instituciones y la economía de este país. La realidad nos ha empujado hasta el borde mismo del precipicio de las grandes decisiones. O reformamos en profundidad o entraremos en colapso. ¿Es Rajoy el gladiador que logrará vencer a esa pérfida realidad que se empeña en fastidiarle sus cómodas promesas electorales? Hagan apuestas, el desenlace lo conoceremos en estos próximos cuatro meses.