La renuncia de Benedicto XVI causó sorpresa. La elección del primer pontífice latinoamericano y jesuita, también. La proyección de los sucesores de San Pedro tiene repercusión en todo el orbe, tanto entre creyentes como entre muchos que no lo son. Por eso me gustaría comparar aspectos de los estilos de liderazgo de los últimos Papas.
En la esfera empresarial, ése es un tema que cada vez más acapara la atención. Además de la mera gestión, la personalidad de quien rige la organización le imprime un determinado sentido. Dicho de otro modo, aun con idénticas atribuciones y un programa similar, un directivo inculcará un estilo y un ritmo completamente distinto al de otro.
Resulta paradójica la pregunta que espetó con sorna Stalin: “¿de cuántas divisiones dispone el Papa?” Está claro que los guardias suizos poco tienen que ver con la influencia de los pontífices actuales. Y sin embargo, ésa es mayor que la de nutridos y poderosos dirigentes políticos.
Benedicto XVI ha sido un papa teólogo. Profesor académicamente preparado, su currículo impregnado de cultura clásica, formación musical incluida, contaba ya con numerosas publicaciones antes de alcanzar la notoriedad papal. A través de encíclicas de calado espiritual ha intentado ejercer un liderazgo inspirador.
Contrasta con su predecesor. Juan Pablo II se había fajado en la clandestinidad de un país con un régimen totalitario enfrentado a la religión. En su juventud, había trabajado en medio obrero y cultivado su afición al teatro. Líder carismático y políglota cuyas ideas expresadas con claridad diáfana satisfacían a partidarios e incomodaban a algunos, era capaz de enardecer a estadios repletos de fieles. Amante del deporte, conocía el influjo de la imagen en la comunicación de masas, donde cada gesto cuenta. Viajero infatigable por los cinco continentes, fue apodado el Magno.
Juan Pablo I apenas duró un mes en el Vaticano. En lo mediático, se recordará simplemente su sonrisa.
Le precedió Pablo VI, que culminó el Concilio Vaticano II. Fue un humanista al que se podría calificar de filósofo, sensible a los problemas del mundo que le planteaban interrogantes, reflejados luego en sus actitudes. Empezó las visitas internacionales en la época de grandes cambios sociales de finales de los 60.
El Concilio había sido convocado por Juan XXIII. Su estilo reflejaba su larga experiencia diplomática previa. Estaba acostumbrado a conciliar intereses inicialmente dispares o a mediar entre polos opuestos. Así lo había demostrado durante la II Guerra Mundial, salvando la vida de miles de judíos perseguidos por el nazismo o luego como nuncio en París. Se compara a un viejo párroco rural, campechano y pragmático, atento a los pequeños detalles y diligente en las relaciones interpersonales.
En definitiva, cuatro estilos distintos para una misma función, si bien entremezclados en mayor o menor proporción.
Podríamos extrapolarlos para preguntarnos qué género de liderazgo impera en nuestra organización, aparte de lo puramente ejecutivo. Se podría incluso analizar la influencia del propio modo de ser en la conducta ajena. Los resultados de ese ejercicio llegarían a sorprender a más de uno que no es consciente del efecto que puede ejercer sobre su entorno, ya sea lego o cardenal. Aunque, a priori, cuanto más alta sea su posición, mayor alcance puede tener. Por cierto ¿cómo será el papa Francisco?