En una situación de crisis como la actual, es significativo comprobar que son pocas las empresas españolas que, en el mejor de los casos, aplican la máxima de “renovarse o morir”, obligándose a mejorar constantemente. Muy pocas son las que en estos momentos están invirtiendo en el desarrollo de nuevos productos, o en mejorar alguno de sus procesos de producción. En algunos sectores como el químico, la biomedicina, la automoción o la electrónica, ha sido siempre la oportunidad tecnológica y el avance científico el que ha impulsado «obligatoriamente» a estas empresas a invertir en I+D. Pero ahora tampoco es el momento.
Si hablamos del sector de la PYME, la I+D suele quedar en un segundo o tercer plano, pues consideran que sus esfuerzos y recursos deben emplearse en otras prioridades. Sin embargo, olvidan que si no son capaces de adaptarse, no serán competitivas y no podrán sobrevivir en tiempos de crisis. La difusión de la cultura de la innovación y de la capacidad de emprender debería ser, desde hoy, uno de los esfuerzos principales que guíen la actuación de las instituciones y de las empresas.
Hace pocos días leíamos que la competitividad exterior de la economía española ha mejorado en el primer trimestre del año en comparación con la zona euro, la UE, y la OCDE, según el Índice de Tendencia de la Competitividad (ITC). Este índice mide la competitividad en función de la evolución de los precios de los distintos países, y estamos de acuerdo: la competitividad de un país mejora con la reducción de precios, de salarios, con la flexibilización de los mercados… Pero que nadie se lleve a engaño: ¡también con la innovación, con la educación, con la tecnología! ¿Dónde están las medidas que la OCDE pedía el año pasado, encaminadas a mejorar nuestra competitividad ? ¡Lo sabemos desde el año 2006! Por aquel entonces, ya nos señalaban cuáles eran los cinco puntos débiles de la competitividad española: bajo gasto en I+D, casi nulas exportaciones de alta tecnología, poquísimas patentes… ¿Nos suena? Desde el año 2002, España ha ido descendiendo estrepitosamente (y vergonzosamente) en el ranking de la Clasificación Tecnológica Mundial elaborado por el FEM.
En definitiva, la actual coyuntura económica y la falta reiterada de esfuerzos de este país por ser realmente competitivos, está propiciando que los pocos fondos de los que disponen las PYMES sean destinados a acometer acciones cortoplacistas por pura supervivencia, a pesar de que muchas PYMES son potenciales generadoras de innovación, de empleo y de integración social. En otros muchos casos ni siquiera lo llegan a intentar, bien por desconocimiento o por la dificultad que conlleva el proceso de cambio.
Además, no se debe olvidar que las PYMES conforman más del 90% del tejido empresarial nacional, y generan el 70% del PIB español. Son la columna vertebral de la economía y por tanto una fuente clave de puestos de trabajo. Por eso, potenciar y ayudar a las PYMES a innovar es el único camino para conseguir igualarnos a la media europea, y de esta forma impulsar la competitividad del país. Se necesitan más iniciativas nacionales y proyectos europeos, hay que seguir creando plataformas que faciliten el acceso de las PYMES a redes de cooperación internacional y al desarrollo de prácticas de innovación abierta. Y además, es necesaria una mayor inversión en centros públicos de investigación. Tal vez no sea el momento, pero llevamos diez años denunciando la falta de competitividad.
Hay tres herramientas muy importantes que pueden hacer viables los proyectos de I+D+i:
- La fiscalidad de la innovación,
- La financiación de proyectos con préstamos a largo plazo y tipo de interés cero,
- Las subvenciones.
La crisis está dejando en el camino numerosos proyectos innovadores por falta de financiación, y tal vez sea el momento de reflexionar cómo entre todos podemos crear el mejor entorno posible para que la PYME y su espíritu emprendedor florezcan.
Y por supuesto, hay que convencer a la PYME de que innovar es vital para su propia existencia. Sin productos o servicios innovadores no podrán competir en un mercado global ni llegar a una demanda que es cada vez más exigente y diversificada. Y sobre todo, hay que concienciar a las empresas de que el objetivo de un proyecto de I+D+i debe coincidir siempre con el objetivo principal de las sociedades mercantiles, es decir, la obtención de beneficios. Muchas veces se considera que la I+D es un coste con poca probabilidad de retorno. Los directivos han de convencerse de que deben innovar para ganar dinero, no para perderlo. Innovar supone, casi siempre, rentabilidad económica y beneficios en el corto, medio y largo plazo.
Seamos claros: la innovación hoy en día no debería ser una opción, sino una obligación.
Virgilio Tello, Director General de Panel Sistemas.