Todo se precipita hacia el abismo a una velocidad de vértigo. El famoso pico sigue sin alcanzarse y los días se suceden con su trágico recuento de muertos, lastrados por una dolorosa y progresiva desesperanza. Habitamos entre el desconcierto, el estupor y el miedo, sin llegar a intuir los límites del desastre.
Consternados, no logramos asimilar lo que vivimos, ni comprender la extensión de la pandemia ni sus consecuencias, aunque, intuimos que serán mucho más terribles de lo que nos cuentan.
Éramos, en verdad, más frágiles de lo que nunca hubiéramos sospechado. Han bastado unas pocas semanas desmadradas por el avance del virus para que todo parezca desmoronarse a nuestro alrededor. Salud, política, economía. Pero, la vida sigue y nos toca apretar los dientes y luchar para tratar de enmendar los estragos vividos y para minimizar los que nos quedan por vivir.
Y a los empresarios, directivos y profesionales nos toca una responsabilidad aún mayor. Aunque lo básico es la salud, querríamos reflexionar brevemente sobre la empresa y sobre la función de sus responsables. Por eso, para empezar, trataremos de otear qué es lo que nos encontraremos cuando la pandemia por fin remita.
Porque eso es algo que debemos tener claro. Pasar, pasará. Lo que no sabemos es ni cuándo ni cuántos muertos dejará – en España, seguro, más de veinte mil -, ni en qué estado dejará la economía. Todo dependerá de la extensión de la epidemia. A vuelapluma, si el confinamiento se abriera en mayo, la caída del PIB sería del 10-15%, con dos millones más de parados. Si se prolongara, la depresión sería histórica, con caídas del PIB superiores al 20%, con más de seis millones de parados y con un estado en quiebra, incapaz de atender pagos.
Nuestro gobierno, ejemplo de irresponsabilidad, mala gestión e incomprensión absoluta de la vida de la empresa, ha ahondado con su inseguridad jurídica y sus erróneas decisiones la gravedad de la situación económica. Pero, mala suerte, qué le vamos a hacer, es el que nos ha tocado vivir.
Con este panorama, el Estado tendrá que recurrir a los fondos de rescate europeos, lo que conllevará severos recortes en el gasto público, lo que afectará a funcionarios y pensionistas lo que cebará aún más la crisis de consumo. La economía privada quedará, sencillamente arrasada, con cientos de miles de concursos de acreedores de iure y muchos más de facto.
Pronto, entraremos en economía de guerra, con los principales sectores intervenidos y con racionamientos de alimentos y suministros básicos para garantizar la alimentación a una población gravemente empobrecida. Y ya veremos si le meten mano a nuestro ahorro y nos cambian euros por papelitos de deuda pública eterna, que así de duro tenemos el panorama por delante.
Y cuando volvamos…
Cuando retomemos la actividad, que será de forma paulatina, habrá sectores que tengan un rápido repunte, mientras que otros, por ejemplo los vinculados al turismo, sufrirán una larga y dolorosa depresión. En todo caso, el conjunto de la economía sufrirá una severa recesión, como dijimos al principio, que dejará en nada a la que ya sufrimos a partir de 2008. Y ese es el escenario en el que nos tocará navegar.
La historia nos enseña que las catástrofes se presentan periódicamente en forma de seísmos, maremotos, enfermedades, sequías o guerras. Y nos ha tocado en esta ocasión una epidemia como la que ya asoló el mundo en 1918 y que nos retrotrae al espanto de las espeluznantes pestes medievales. De todas ellas salimos, y, de esta, también saldremos.
Muchos directivos se encuentran en estos momentos bloqueados, sin saber qué hacer ni por dónde tirar. La ansiedad y el estrés se apoderan de empresarios que se ven de la noche a la mañana abocados a la ruina, mientras que ejecutivos de empresas solventes se verán sorprendidos y sobrepasados por una quiebra que, apenas unas semanas atrás, hubieran considerado imposible. Miran con desconsuelo e ira a un futuro en el que ya no creen. ¿Qué se les podría decir para ayudarles?
A estas alturas sólo se pueden dar tres consejos. El primero, tratar de mantener la serenidad. No se puede entrar en modo pánico, ni bloquearse por el miedo, ni, tampoco, hundirse en la depresión. La tranquilidad interior permite tomar decisiones y dar cierto norte a las organizaciones en desbandada. El capitán del barco siempre debe mantener la calma por desatada que sea la tormenta.
El segundo, ser realista y tener capacidad fría de análisis. La ruina será total, no caben subterfugios ni autoengaños edulcorados. Y debemos aprender a gestionarla. Y, tercero, acumular energía para luchar con denuedo e imaginación para tratar de conseguir el que la hierba vuelva a brotar sobre el páramo reseco en el que quedará reducido nuestro solar patrio.
No espere nada del Estado, no se engañe aguardando unas ayudas que nunca llegarán. Esto, tendrá que sacarlo usted adelante con sangre, sudor y lágrimas. Como los buenos. Llegó la época de los héroes y usted tiene suficientes agallas para ello. Nos encontraremos con una economía de postguerra, muy intervenida por lo público, casi militarizada, con la empresa privada desgarrada y en la UCI, pero en la que, al tiempo, surgirán nuevas oportunidades.
Tranquilidad, llegará su hora. Ahora cuide su salud y la de los suyos, sea todo lo generoso y responsable que pueda, intente minimizar el estropicio. Pero no se angustie pensando en la ruina en la que ha caído ni en lo que le deparará el mañana. Eso, nadie lo sabe. Y ante la incertidumbre, suele surgir el miedo que todo lo pinta de negro, negrísimo.
La experiencia histórica nos demuestra que, tras la tormenta, siempre regresa la calma. Nos queda sufrimiento por delante, pero la primavera siempre florece más hermosa tras los inviernos duros y helados. Apriete los dientes y sufra en silencio. Pero aguante, porque los que le rodean precisan de su entereza. Mucho ánimo, saque ese héroe que siempre aguardó en su interior. Porque, y aunque a día de hoy no sepamos el cómo, salir, saldremos, créame.
Por Manuel Pimentel Siles – OfCounsel de Baker&McKenzie, Editor de Almuzara – info@cmpimentel.com