Por Manuel Pimentel Siles – OfCounsel de Baker&McKenzie, Editor de Almuzara info@cmpimentel.com
No pudo ser. La desescalada no se culminó con el éxito que deseábamos y todo parece precipitarse. Lo preocupante no es lo que nos pueda pasar en el futuro, sino lo que ya nos está pasando en el presente de estos días de calima y flama. Ya no tiene sentido que nos inquietemos por el monstruo por venir, cuando, en verdad, ya lo tenemos sentado con nosotros en el salón de casa.
Una crisis económica pavorosa ya no es tan solo un escenario probable, es una realidad que desde hace unas semanas ya habita entre nosotros. ¿Desde cuándo? Pues desde que los rebrotes sacudieron el plácido duermevela que nos concedimos como tregua tras el confinamiento.
Quisimos creer que regresaríamos a una relativa normalidad, con nuestro motor económico, el turismo, comenzando a arrancar, cuando los nuevos contagios no han puesto frente al cruel espejo de la realidad.
Reino Unido nos condena a la cuarentena, Francia recomienda encarecidamente no venir, y Austria y Bélgica nos ponen la cruz como destino y así, suma y sigue en dinámica castillo de naipes que caen uno tras otro.
Quedamos, pues, solos ante nuestro destino y solos no podremos salir en un país que vivíamos en gran parte de servir cervecitas y pinchos de tortilla a guiris rubicundos y borrachines.
Eso se acabó, sin que hayamos sido capaces ni de intuir siquiera qué nuevas rutas habremos de hollar para dar empleo y futuro a los millones de trabajadores, empresarios y autónomos vaciados de actividad y sentido. Los ERTES han paliado los síntomas de la enfermedad del desempleo y de la inactividad, pero ni la han curado ni, mucho menos aún, han inmunizado a nuestra economía del estropicio por venir.
De todas las incertidumbres, la mayor y más determinante es la evolución de la pandemia maldita. Hacer predicciones con respecto al comportamiento del virus o de su vacuna es algo parecido a jugar a los dados
Comenzamos a conocer el desplome histórico de la recaudación pública y temblamos tan sólo de imaginar el roto que causará en las cuentas y presupuestos generales. Caeremos en una peligrosa insolvencia pública que los 72.000 millones de fondos europeos no lograrán subsanar.
Tras las desescalada, un periodo desconocido
¿Qué pasará entonces? Pues que entraremos en una fase desconocida en lo que lo único cierto es que precisaremos un rescate europeo. Y, quien tenga ojos que vea, los recortes serán dolorosos y, de alguna manera, se tendrán que conjugar bajo el “sangre, sudor y lágrimas” churchilliano y la fusta masoca de la madame nórdica.
Y, de todas las incertidumbres, la mayor y más determinante es la evolución de la pandemia maldita. Hacer predicciones con respecto al comportamiento del virus o de su vacuna es algo parecido a jugar a los dados. Y, ahora, ¿qué?, nos preguntamos entonces angustiados, sin llegar, siquiera, a imaginar un futuro sin mascarillas.
El virus lleva ya oficialmente entre nosotros seis meses (oficiosamente muchos más) y seguimos sin conocerlo. Al parecer, comemos, trabajamos, nos divertimos y nos acostamos con un perfecto desconocido. Ni sabemos con exactitud el porqué llamó a nuestras puertas, de dónde viene, ni cuáles son sus intenciones últimas, si es que un virus – el límite mismo entre la vida y la no vida – intenciones algunas pudiera albergar.
Nos dicen que se trata tan sólo de una cadena con información genética envuelta en una cápsula de proteínas que no mantiene ninguna otra función vital más que la de contaminar a células sanas para ponerlas al servicio de su reproducción masiva. O sea, que ni come, ni defeca, ni fornica, sino que, simplemente, se dedica a jodernos la vida con su letal poder destructor.
Nos dijeron que el calor lo mataría o, al menos, lo dejaría sin capacidad infecciosa. Los rebrotes veraniegos han desmentido esta afirmación, sostenida sin fundamento por muchos médicos y científicos. Al parecer, al virus le resulta indiferente la temperatura, pues contamina y mata tanto en invierno como en verano.
Sin embargo, parece que demuestra un mayor apego al frío, lo que hace temer a las autoridades sanitarias un otoño complicado. Ya veremos lo qué ocurre, nuestra responsabilidad es la de contemplar todos los escenarios posibles, sin confiarnos ni autoengañarnos.
Una nueva economía…
Son los tiempos que nos han tocado vivir. No somos lo que nos sucede, somos lo que hacemos con lo que nos sucede afirmó Epícteto, el filósofo clarividente. Tendremos que aprender a convivir con la enfermedad hasta que logremos dominarla. Y si la cura tarda tiempo en llegar, tendremos que imaginar una nueva economía. Ya conocemos algunos de sus ingredientes – digitalización, mayor presencia pública – pero la receta del guiso está aún por definir y descubrir.
Como europeos, como españoles, como profesionales, como familiares y como personas tendremos que gestionar nuestras incertidumbres y ser capaces de encontrar un camino que guie nuestros pasos. Algunos, tendrán la suerte de trabajar en sectores inmunes, por lo pronto, al desaguisado general, otros se encontrarán de lleno inmersos en el marrón.
En estos momentos, debemos hacer un gran esfuerzo entre todos porque nadie quede atrás sin esperanza ni modo de vida. Resulta complejo el dar consejos generales en estos tiempos de penuria, más allá de serenidad y, sobre todo, estar mentalmente preparados para cualquier tipo de escenarios.
Quizás, quién sabe, el futuro nos sonría con una evolución más favorable de la que ahora nos tememos o, a lo peor, nos castigue con otra oleada aún más mortífera de la ya padecida. Nadie lo sabe. En cualquier caso, debemos mentalizarnos en que nos tocará luchar y ayudar. La enfermedad pasará y nosotros estaremos ahí – no lo dude – para contar cómo logramos vencerla.