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¿Y CÓMO SE DESHACE AHORA CiU DE MAS?

Manuel Pimentel, ex-Ministro de Trabajo

Mas debería haber dimitido de manera fulminante tras su incuestionable fracaso electoral. Después de haber empujado a toda Cataluña a un debate tenso y grave, después de haber paralizado durante meses la actividad de la Generalitat, después de haber hecho un daño significativo al conjunto de la economía española al aumentar la incertidumbre y la desconfianza, después de haber colaborado a empobrecer y dividir aún más a sus ciudadanos, al final llegan los ciudadanos y le infligen un severo castigo electoral. 

Pidió una mayoría excepcional para llevar a cabo sus sueños inflamados y termino obteniendo un pésimo resultado. Parte de sus votantes no han entendido ese juego de ruleta rusa independentista y han decidido dar sus votos a otras fuerzas políticas, siendo ERC ala más beneficiada. Para jugar al independentismo, habrán pensado muchos, mejor Esquerra, verdadera triunfadora de las elecciones. Mas ha trabajado para ellos, para cebar su resultado, como sin duda se encargarán de recordar sus rivales internos. Algún portavoz de los partidos rivales ya lo ha bautizado como el mejor candidato de ERC. Al no haber dimitido, el signo del fracaso le acompañará durante la legislatura que comienza. La fórmula por la cual sacrificó una legislatura para la que tenía suficientes apoyos se ha desmoronado con estrépito, por mucho que durante los primeros días veamos el esfuerzo de la cúpula convergente por mantenerla viva, cuando ya todos sabemos que se trata en verdad de un muerto viviente, de un zombi sin rumbo ni sentido, que los suyos tendrán que enterrar más pronto que tarde, antes de que el daño que cause – porque seguirá haciéndolo – sea ya irreparable.

         Se creyó providencial. Él sería el hombre, el héroe, que conduciría a su pueblo hasta la independencia ancestralmente deseada. Tenía una legislatura tranquila por delante, con el apoyo del PP para sus presupuestos y apoyos puntuales de otros grupos para cualquier otra iniciativa. Pero se convenció – o lo convencieron, lo cual sería aún más peligroso – de que existía el caldo de cultivo suficiente para jugar el órdago ante Rajoy: o pacto fiscal o disolución del Parlament. Pues disuelve el Parlament o haz lo que quieras, le respondió Rajoy, pero de pacto fiscal, nanai de la China. Mas salió feliz de su desencuentro en Moncloa, pues ya tenía la excusa que tanto ansiaba para convocar las elecciones que lo inmortalizarían. Y vaya que si lo han inmortalizado. No se recuerda un ridículo electoral de tal entidad por estos lares.

         Mas se embarcó en esta travesía con el único fin de alcanzar una mayoría absoluta que le permitiría liderar el proceso independentista, convencido de que lideraría el clamor de su pueblo. Mas tiene un extraño brillo en los ojos, un brillo que denota cierta convicción trascendente. Se cree el elegido, y eso se le nota. Basta con mirar su cartel electoral de brazos abiertos sobre un mar de banderas para comprender el ego inflado del personaje. Los generales romanos solían repetir aquello de que los dioses, antes de destruirlos, los enloquecen de orgullo y soberbia. Los sabios saben que entre lo trascendente y lo patético existe una línea muy delgada, casi imperceptible. Mas hace ya tiempo que, como Moisés con el Mar Rojo, cruzó esa línea de la vergüenza.  Acabo de observar su primera comparecencia, comparecencia de perdedor. Mintió al decir que no se arrepentía de haber convocado elecciones. Bastaba con mirar las caras compungidas de su plana mayor para comprender que se arrepentirán hasta el último día de su vida. Fue su apuesta personal y fracasó. Justificó su fracaso como el clásico desgaste del partido de gobierno en un momento. Pero Feijoo también lleva un tiempo gobernado en Galicia, en unas circunstancias igualmente difíciles y, sin embargo, mejoró su resultado electoral. El propio PP catalán ha subido un escaño, a pesar del seguro desgaste de sus políticas restrictivas en Madrid. Luego Mas no ha perdido votos y escaños porque haya impulsado una política de austeridad; ha perdido porque muchos de sus votantes no le han comprado la mercancía rota que les vendía.

Mas se ha metido en un callejón sin salida. Si se apoya en ERC terminará cediéndole votos y enfadando a sus propias bases, al tiempo que cebará la desconfianza en la gestión de su gobierno. Pero hace tiempo que la President ese tipo de cuestiones no le interesan. Desposeído de todo crédito, seguirá como un muñeco automático con pilas de larga duración enarbolando la bandera que creyó predestinada para él, la de la independencia. Las bases de CiU tienen un grave problema y se llama Mas, el mejor candidato de ERC. Ya veremos cuánto les dura.

Cuando un perdedor se adentra en el lado patético, suele comportarse patéticamente. Tras reconocer que los catalanes no le habían concedido la mayoría excepcional que solicitaba, Mas siente la tentación de arrojarse a los brazos de ERC para acelerar el proceso de la independencia. Sería una decisión suicida que muchos de los cargos de su propio partido no le tolerarán. Si al final coge esa vía, la protesta interior en los convergentes aumentará hasta convertirse en un clamor. Si no dimite, lo dimitirán, y si no, al tiempo.  Las bases burguesas de CiU y el pequeño empresario que los apoya no tienen nada que ver con el ideario político de Esquerra, de la que desconfían y a la que critican duramente por su acción política en el tripartito. Otras opciones para formar gobierno sería con el PSC – muy complicado – o con el PP – imposible, porque le obligaría a abandonar su deriva independentista -. Los independentistas de verdad afilan sus cuchillos. No le permitirán ninguna vacilación. Mas ya es su rehén y hará por ellos lo que le pidan. CiU sólo tiene una opción: enviar a Mas a su casa cuanto antes y retomar el camino de la sensatez. 

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