En los años 90, internet cambió la historia. Lo que parecía una herramienta incipiente para investigadores y tecnólogos se convirtió en la columna vertebral del mundo moderno. Tres décadas después, Jaume R. Palau, CEO y cofundador de la empresa de dominios y hosting cdmon, lanza una advertencia tan esperanzadora como inquietante: “La inteligencia artificial es la nueva gran revolución, la segunda irrupción de internet”.
Con estas palabras, Palau describe un escenario donde la IA dejará de ser una promesa para convertirse en una herramienta cotidiana, con un poder transformador equiparable al que en su día tuvo la red de redes. Y aunque en su análisis resalta los beneficios, tampoco elude los riesgos.
Empresas pequeñas, capacidades gigantes
Uno de los primeros aspectos que resalta Palau es el potencial democratizador de la IA en el mundo empresarial. En su opinión, tecnologías como los modelos de lenguaje generativo, los asistentes virtuales o los algoritmos de análisis predictivo permitirán a pequeñas empresas operar como grandes consultoras. Incluso un emprendedor en solitario podrá automatizar procesos, crear productos tecnológicos complejos y gestionar clientes con eficiencia a través de herramientas inteligentes.
“Será mucho más fácil y barato crear software. Esto va a cambiar las reglas del juego”, afirma.
En otras palabras, la IA puede reducir barreras de entrada, acelerar el time to market y hacer que el talento individual escale globalmente sin necesidad de estructuras corporativas pesadas. El sueño emprendedor encontrará un aliado poderoso en los algoritmos.
El CEO de cdmon plantea una doble cara de los algoritmos
Pero no todo es optimismo. Como toda tecnología disruptiva, la IA también conlleva peligros. Según el directivo de cdmon, la misma capacidad para crear software accesible podría ser utilizada con fines maliciosos.
“Será más fácil que nunca crear virus o diseñar ataques cibernéticos sofisticados. Incluso una persona con conocimientos medios podría poner en marcha una amenaza de gran alcance si se apoya en modelos de IA”.
En este sentido, advierte de un nuevo paradigma en la ciberdelincuencia, donde la inteligencia artificial ya no solo protegerá sistemas, sino que también podrá atacar. Desde phishing potenciado con lenguaje natural hasta suplantaciones de identidad indistinguibles de la realidad, la IA abre una puerta peligrosa.
“Imaginemos una IA que pueda replicar una conversación, simular patrones emocionales y robar datos de redes sociales. Los delincuentes no necesitarán hacks complejos, solo buenas bases de datos”, advierte.
¿La solución? Educación, no prohibición
Frente a este panorama, Palau lo tiene claro: prohibir la inteligencia artificial no es una opción viable. “La caja de Pandora ya está abierta”, dice. Y por tanto, la única salida posible es actuar con inteligencia, cooperación y estrategia colectiva.
En su opinión, la respuesta debe apoyarse en dos pilares: formación y concienciación. Los gobiernos, centros educativos, medios de comunicación, instituciones científicas y empresas tecnológicas tienen el deber de preparar a la sociedad para convivir con la IA.
“Tenemos que formar a la ciudadanía en alfabetización digital e inteligencia artificial. Saber cómo identificar una estafa, cómo se manipulan los datos o cómo proteger su identidad online será tan importante como saber leer o escribir”.
Además, Palau subraya la necesidad de invertir en mecanismos de defensa basados en IA, capaces de detectar y neutralizar ataques generados por otros algoritmos. Lo que define como una especie de “duelo de inteligencias artificiales”, donde la clave será ir un paso por delante de quienes las usan con fines destructivos.
Un futuro inevitable que debe ser gobernado
En tiempos de cambios vertiginosos, es difícil anticipar con precisión el futuro. Pero lo que sí parece claro es que la inteligencia artificial no es una moda pasajera, sino una infraestructura tecnológica central en la evolución de nuestras sociedades.
El reto, tal y como lo plantea Jaume R. Palau, no está en frenar el avance, sino en canalizarlo hacia un uso ético, inclusivo y seguro. En esa misión compartida, la educación digital, la regulación inteligente y la colaboración global serán tan necesarias como los propios algoritmos.
“La inteligencia artificial puede ser la mejor herramienta o el peor enemigo. El rumbo dependerá de nosotros”, concluye.