He intentado que el título de esta reflexión tenga una cierta analogía con el de una gran película de hace ya muchos años, El año que vivimos peligrosamente. La COVID-19 pilló a todo el sistema productivo español por sorpresa y, por esa misma razón, el Real Decreto Ley sobre Teletrabajo viene a ser como el corredor que empieza tarde la carrera e intenta, con dignidad y espíritu de superación, llegar a meta con la cabeza alta pero con pocas probabilidades de subirse al podio.
Otros muchos países lo han hecho antes y mejor, por ejemplo, los nórdicos, Centroeuropa y Países Bajos. Las comparaciones son odiosas, porque también las economías son muy diferentes, pero un 38% de los holandeses puede trabajar frente a menos de un 7,5% de españoles antes de la pandemia.
Espero que no se me malinterprete, este RDL sacado con mucho esfuerzo y duras negociaciones con patronal y sindicados por el equipo de Yolanda Díaz viene a poner negro sobre blanco las bases mínimas para regular esta modalidad de trabajo, pero el problema es que debería haber llegado mucho antes y que lo único que marca es unos mínimos: cómo regular el teletrabajo, su porcentaje (30%) , la duración de la jornada, quién debe correr con los gastos de acondicionamiento del puesto de trabajo y cómo debe registrarse y acordarse entre trabajador y empresa.
Teletrabajar tiene su esencia…
El espíritu de las normas de teletrabajo en los países punteros de la UE -como siempre con nórdicos a la cabeza- era facilitar algo demandado de forma imperiosa por el sistema productivo desde hace años: los trabajadores que teletrabajan, sobre todo cuando es parte del libre acuerdo y decisión entre cada manager y su empleado, facilita una calidad de vida, mejora la productividad y, por si ello fuera poco, impacta positivamente en el medioambiente al producirse menos emisiones de CO2 por los desplazamientos, por ejemplo.
Sin embargo, la ley del teletrabajo española lo hace a toro pasado. La realidad es que el toro de la COVID-19 pilló al sistema productivo español en el corral y mirando en otra dirección. Es verdad que nuestra economía, con un peso enorme del sector servicios y de la agricultura, hace difícil el teletrabajo en masa, pero eso no quiere decir que no pueda incrementarse mucho más.
Nos falta potencial tecnológico para teletrabajar
Faltaba y falta tecnología suficiente para poder desarrollar de forma cómoda, segura y con éxito una jornada de teletrabajo que no suponga un desembolso al propio trabajador, que en muchos casos ha tenido que poner sus propios medios tecnológicos para salir del paso, aunque tampoco esto es una acusación a las empresas. Hemos tenido que subir al tren en marcha y hemos hecho lo que los españoles hacemos fenomenal: improvisar.
Falta también cultura de teletrabajo en un país en el que el liderazgo asocia implicación y motivación con presentismo y donde la presencia física en el puesto se asocia con empleados comprometidos; no estar presente puede percibirse como desvinculación.
Falta un sistema productivo que facilite el teletrabajo para apoyar la conciliación algo más y trabajar un poco mejor. Y sobre todo, falta comprender que teletrabajar puede ser un “todos ganamos”: el empleador consigue un empleado más comprometido y productivo y el trabajador puede permitirse un equilibrio trabajo-vida personal esencial para la salud física y psicológica.
En el momento álgido del teletrabajo, España ha llegado a tener 4 millones de personas teletrabajando, aunque fuera parcialmente, lo que ha sido un gran avance. Podemos con total honradez asumir (a la vista de los datos EPA) que el teletrabajo ha salvado entre 1,5 y 2 millones de puestos de trabajo.
También resulta llamativo que en los meses de confinamiento, casi el doble de mujeres que de hombres ha teletrabajado: ¿conciliación o trabajar el doble porque toca quedarse en casa? El desequilibrio de géneros en el teletrabajo da para muchas reflexiones. Como en otras ocasiones, la ley llega tarde y no sabemos si va a servir realmente para incrementar el teletrabajo en el futuro o más bien para regular lo que ya ha sucedido, en cuyo caso nos sirve para poco.
El objetivo español debería ser a partir de ahora acercarse a los referentes europeos porque esto será bueno para la sociedad y también para la economía, sobre todo si se articula bien. Toca ahora impulsar el apoyo a empresas y trabajadores para la actualización tecnológica y convertir esta nueva Ley en algo con proyección de futuro y no en la Ley que salió el año en que trabajamos peligrosamente.
Por Esther González Arnedo – profesora de RRHH en EAE Business School