Sin duda, la sabiduría es el atributo más elevado que puede adornar a cualquier persona. Pero, ¿también al directivo? ¿Es mejor directivo a largo plazo el que aspira a la sabiduría? ¿Es compatible la sabiduría con la exigente gestión empresarial? Según nuestra tesis, por supuesto que sí.
El mejor directivo a largo plazo será el que adquiera sabiduría en las cosas humanas y en las de la empresa. Sin embargo, nadie habla de sabiduría en las escuelas de negocios ni en los manuales de management al uso.
Conocimiento, liderazgo, datos, inteligencia, talento e innovación son las palabras de moda, las llaves de las puertas del éxito, el bálsamo de Fierabrás que todo lo sana.
Trabajamos en la sociedad del conocimiento, las empresas compiten por el talento, lideramos equipos competentes, reverenciamos la innovación que nos permite avanzar.
Y así gira que gira, conceptos y capacidades que orientan las modas siempre fluctuantes de las técnicas de gestión y dirección de empresas. Pero la sabiduría, al parecer, ni está ni se le espera, craso error que pagará quién de ella se olvide.
No podemos compartir la definición de la academia. ¿Acaso es sabio quién mejor conoce de una materia? Es evidente que no. ¿Podemos creer que el opositor que se aprendió de memoria el temario completo alcanzó la sabiduría? Tampoco.
Los atributos de la sabiduría
La sabiduría es una realidad compleja, que abarca múltiples atributos y capacidades, no sólo el conocimiento. Son ingredientes del elixir de esa sabiduría a la que aspiramos la experiencia, el sentido común, el conocimiento del alma humana, el equilibrio personal, la correcta lectura de las circunstancias y la capacidad de ver más lejos para elegir adecuadamente, entre otras muchas facultades.
Con frecuencia se confunde conocimiento con sabiduría. La propia Academia refuerza ese estrecho vínculo, al definirla como el grado más alto de conocimiento.
Un directivo con sabiduría sabe crear equipos equilibrados que multiplican el talento individual. Entiende las razones y las motivaciones de las personas y anticipa sus reacciones
De la mezcla y destilación de todas ellas se produce la alquimia de la sabiduría, que no todas las personas logran alcanzar. Conocer, podemos conocer todos, es simple cuestión de estudiar. Ser sabios es fruto de un dilatado esfuerzo de superación personal en medio del vértigo diario del directivo esforzado.
La RAE también define a la sabiduría como la conducta prudente en la vida o en los negocios. Algo de eso hay, sin duda. Pero, ¿es más sabio el directivo más prudente? No.
El directivo sabio debe ser osado en muchas ocasiones, pues se expresa en la acción, no en la inacción. La prudencia no paralizante, es otro atributo de la sabiduría, pero no su componente esencial.
Existen sabios que filosofan y reflexionan en la soledad de la montaña o de la academia, pero el directivo debe estar inmerso de lleno en la lucha del día a día, en la gestión exigente, en el vértigo de lo cotidiano.
Sabiduría en la ejecución
Aunque la sabiduría del directivo conlleva reflexión, sobre todo se expresa en su acción, pues debe guiar sus decisiones y su manera de dirigir. Por eso, la sabiduría del directivo, aún compartiendo algunas características comunes, tiene unas características propias íntimamente relacionadas con la propia esencia de la empresa.
Y, ¿qué es una empresa? Para nuestros efectos, una empresa es una organización de personas que producen bienes o servicios para satisfacer una demanda de la sociedad inmersa en unas circunstancias a cambio de un beneficio. El directivo sabio comprende esa realidad orgánica de la empresa y gestiona en consecuencia.
En función de la realidad en la que desenvuelve su tarea, el directivo sabio, entre otras facultades, es aquel que:
1 Tiene muy claro tanto su para qué personal como el de la empresa. Tener proyectos, metas y comparte el por qué trascedente de la empresa, su misión y el valor que aporta a la sociedad. Esa visión le motivará y le servirá de brújula en tantos terrenos desconocidos por los que le tocará transitar.
2 Respeta profundamente a las personas y las sabe gobernar. No las idealiza. Las sabe capaces de lo bueno y de lo malo. Potencia sus talentos y minimiza y corrige sus defectos. Sabe crear equipos equilibrados que multiplican el talento individual.
Entiende las razones y las motivaciones de las personas y anticipa sus reacciones. Sabe que su tarea más importante, saber elegir a las personas adecuadas y crear el clima para que puedan trabajar eficazmente al servicio de un fin compartido por todos. Delega funciones responsabilidades y exige resultado de las mismas. Su liderazgo orienta el trabajo de todos hacia una meta común. Es comprensivo en las cuestiones personales, pero exigente en los resultados.
3 Sabe decidir con inteligencia. Asume responsabilidad y riesgo, siempre tras un meditado análisis de pros y contras. Sabe que tiene arriesgar, pero mide riesgos y sabe cuál merece la pena correr y cuál no.
Necesita cierta osadía, pero osadía inteligente, nunca ciega ni orientada por la autosuficiencia. Prioriza las decisiones, sabe distinguir entra las importantes y las urgentes. Somos, sobre todo, lo que decidimos. La acertada decisión es el motor fundamental de la empresa exitosa.
4 Sabe escuchar y estar abierto al aprendizaje de la crítica. Debe contrastar la opinión del mercado, de los clientes, de los proveedores, del equipo, de los trabajadores, de los consultores.
Sólo el necio se rodea de aduladores, el sabio busca el contraste de opiniones, aunque a veces puedan ser opuestas. Sabe gestionar su orgullo y aprende a rectificar. Por eso, también se cuestiona a sí mismo, abierto al cambio si la realidad le demuestra su error. Escuchando a muchos, se decide con más probabilidad de éxito, porque decidir, hay que decidir y le corresponde al directivo.
5 Exige el comportamiento ético de la empresa y de sus directivos. Y predica con el ejemplo. Basa su liderazgo en su propia ejemplaridad, conocedor de la máxima evangélica de por sus obras los conoceréis. Eres lo que haces y no cómo dices que eres. Sabe que no existen atajos. Los que hoy brillan aupados por sus trapacerías, mañana serán carne de dolor y olvido.
6 Aúna pensamiento estratégico con capacidad táctica. Los grandes caminantes del desierto siempre dicen qué sólo logran atravesarlo aquellos que, paso a paso, para no tropezar, miran dónde pisan, pero que, de vez en cuando, levantan su vista a las estrellas para no perderse.
Sabe elevarse de la situación compleja concreta, elevar su mirada, superar las pasiones para adquirir así la perspectiva adecuada. Es sabia la persona que ve más allá que los demás. Quién es capaz de entender el signo de los tiempos, quién anticipa tendencias y orienta a la empresa a su favor.
Gestionamos como somos, por lo que, si queremos gestionar mejor, tendremos que convertirnos en mejores personas. El directivo sabio no sólo debe estar en aprendizaje continuo, sino que también debe cultivarse
La visión estratégica conlleva la correcta lectura de las circunstancias en las que se desenvolverá la empresa, tanto en su dimensión social, política, económica y tecnológica. Sabe que la realidad, las circunstancias y la sociedad cambian.
Por eso no se ancla en fórmulas del pasado, por muy exitosas que resultaran. Mantiene aquello que interesa y está abierto al cambio permanente y a la innovación en organización, procesos, productos, comunicación y tecnología.
7 Conoce perfectamente su negocio, los puntos fuertes y débiles de sus servicios o productos. Sabe dónde gana y donde pierde. Escucha a los responsables técnicos, debate con ellos hasta comprender la esencia del negocio.
Si la inteligencia se demuestra al elegir, el talento se evidencia al hacer. Por eso, se esfuerza en la mejor gestión y en la mejora permanente en procesos, calidad, imagen y costes. La empresa, en última instancia, es lo que produce, y conseguirlo de la mejor manera posible es objetivo prioritario del directivo sabio.
Es consciente de que la empresa se sostiene y crece gracias a sus beneficios y se emplea a fondo para conseguirlos. Prefiere beneficios sostenidos a largo plazo que apurar hoy a cuenta de incertidumbres para el futuro. Exige un control presupuestario, financiero y de costes estricto para saber siempre dónde se encuentra.
8 Sabe utilizar la energía de los conflictos que inevitablemente se le presentarán. El conflicto genera una gran energía que te puede destruir, pero que si se sabe canalizarla y aprovecharla te puede catapultar. Por eso, su esencia de oportunidad. Sabe escuchar y negociar y se esfuerza por mejorar sus dotes de comunicación eficaz.
9 Sabe que no sólo se le valora por su gestión sino, que, también, por su capacidad de representación de la empresa y de sus valores. Cultiva sus talentos sociales, de relación con los demás, así como sus talentos políticos, pues entiende de la relación de poderes internos y externos.
Sabe que la imagen de la empresa y los valores que evocan su firma y sus productos resultan del todo fundamentales. Es consciente de que la empresa tiene una responsabilidad ante la sociedad, por lo que, además de sus obligaciones legales y fiscales, se esfuerza en sus políticas de RSC y de mejora social.
10 El directivo sabio conoce a los demás – a la competencia, a los reguladores y a su propio equipo -, pero, sobre todo – y esto es lo más difícil – debe aprender a conocerse a sí mismo. Gestionamos como somos, por lo que, si queremos gestionar mejor, tendremos que convertirnos en mejores personas.
El directivo sabio no sólo debe estar en aprendizaje continuo, sino que también debe cultivarse, en un camino de desarrollo personal que le conduzca a la sabiduría.
¿Difícil? Se puede conseguir, todos conocemos el ejemplo de directivos sabios que nos iluminan. Reflexionemos y apliquémonos en la materia no vaya a ser que, como escribió García Márquez, la sabiduría nos llegue cuando ya no nos sirva para nada.
Por Manuel Pimentel Siles – Presidente AEC. Of Counsel Baker&McKenzie